Veinticuatro horas del día juntos. Turnos para ir al baño, higiene, comidas, tareas. Veinticuatro horas cada día para lidiar con esas manías que conocemos del otro. Nos enternecen o nos irritan, o las dos cosas, depende de nuestro estado de ánimo. Un solo pasillo para transitar cientos de veces. El domicilio, el hogar, la vivienda. Es, debería ser, el lugar de recogimiento, de reposo, la zona de intimidad, el refugio. El escenario de nuestra flaqueza cotidiana, de nuestro verdadero yo. El único espacio en el que somos quienes de verdad somos, sin caretas, sin artificios. Nuestra guarida, donde escondemos nuestros defectos, los objetos bellos, nuestro paso por la historia, una entrada de teatro, las cartas recibidas, los recuerdos, lo comprado en aquel viaje, nuestros libros, películas, juegos. Esa taza en la que bebemos el café, el sillón en el que nos sentamos a leer, a coser, a pensar.
Durante el año 2019, 55 mujeres murieron a manos de sus parejas o exparejas. En más del 76% de los casos -42 mujeres- la víctima y su agresor convivían; en el 23,6% restante, se trataba de exparejas o matrimonios en los que ya se había iniciado un procedimiento de separación.
El domicilio, el hogar, la vivienda. Es esa pesada carga, no hay asueto ni descanso. El sexo que me exige a demanda. El dolor de huesos, el dolor de espalda, las manos agrietadas del jabón, los ojos llorosos de la cebolla.
Durante el año 2019, el 90,48% de las mujeres que murieron a manos de sus maridos o parejas con las que convivían, fueron agredidas en la vivienda compartida, en el domicilio común y murieron en su casa, salvo dos que murieron, de los golpes recibidos, en el hospital. Fueron encontradas en su propia cama, en la cocina, en el salón, en sus lugares cotidianos; Romina, en la residencia de ancianos que era el hogar del matrimonio. Del pequeño porcentaje que falta no se ha publicado dónde fueron asesinadas, una fue tirada al mar, otra descuartizada y metida en un congelador, otra enterrada -llevaba más de un año desaparecida-, otra no se sabe, aunque sí que su agresor limpió la casa con lejía.
El domicilio, el hogar, la vivienda. Es, debería ser, nuestro lugar de encuentro con la complicidad, con la ternura. Donde nos espera el abrazo de las personas queridas, donde consolamos y recibimos consuelo, donde podemos llorar y reír sin contención. Allí ponemos nuestra música a todo trapo, bailamos haciendo el tonto, cantamos en la ducha, nos abandonamos a la pereza.
Durante el año 2019, de las trece mujeres muertas a manos de sus exparejas, seis -más del 46%- también lo fueron en su domicilio, ella misma le abrió la puerta a su agresor, con el que ya no convivía, en un caso fue la víctima quien regresó a la vivienda conyugal después de haber estado un tiempo en casa de su hija e iniciado los trámites de separación.
El domicilio, el hogar, la vivienda. Es nuestra cárcel, nuestro lugar de encuentro con la tiranía, con la humillación. Donde nos espera el insulto, la crítica, el reproche continuo, el control. Allí no podemos molestar, no se tiene que notar nuestra presencia. Allí actuamos sin voluntad, sin expresar deseos, sin hacer ruido. Es el reino del miedo.
Veinticuatro horas del día juntos. Un solo pasillo para transitar cientos de veces, un solo cuarto de baño, una cocina estrecha. Todo lo mío le molesta al otro. Camino de puntillas para no hacer ruido. Tengo miedo de que se oiga cuando voy al baño. Toda su ira, su frustración, todo se ha acumulado en su cabeza. ¡Inútil, eres inútil! En este encierro obligado, el ensañamiento alcanza todos los rincones. Todas las culpas de la realidad, del fracaso, de la pérdida del empleo, ahí están lanzándose como dardos. ¡Zorra, eres una zorra! ¡Eso, llora! ¡Llora!
Durante el año 2019 algo más de la mitad de las mujeres muertas a manos de sus exparejas (un 12,73% del total de fallecidas ese año por violencia de género) fueron agredidas fuera de su domicilio. Una en su coche, rociada con gasolina y envuelta en llamas, otra a golpes con su hijo de 10 años en una excursión a una gruta, otra en la casa de él a la que acudió para recoger sus cosas, otra en su lugar de trabajo -un domicilio particular-, ella le abrió la puerta, las otras tres en el garaje, en el portal o en la calle a la salida de su vivienda.
Veinticuatro horas al día juntos. El espacio es más pequeño, no puedo cantar. La radio, la televisión, la música, todo es a su elección. Me ha quitado el móvil, me hace daño.
En 2020 ya han muerto 18 mujeres a manos de sus parejas o exparejas. Cinco de ellas ya no convivían con su agresor, pero cuatro murieron en su propia casa, le franquearon la entrada a su excompañero; la quinta murió en un aparcamiento, de un tiro. Las demás, un 72,2%, han muerto a manos del varón con el que convivían, todas en la vivienda familiar; las dos últimas, tras la declaración del estado de alarma en el domicilio conyugal, a manos de su marido.
El informe del Ministerio del Interior del 23 de abril sobre detenciones por violencia de género durante el estado de alarma refleja que ha habido un ligero descenso. También se ha reducido el número de muertes respecto al mismo período del año anterior. El domicilio propio es un escudo frente a los exmaridos y exparejas, con quienes ya no se convive. Aun así, el 25 de abril se detuvo a un varón en Valencia que, saltándose el confinamiento, acudió al domicilio de su exmujer y, presuntamente, la violó y golpeó amenazándola con un cuchillo.
No nos engañemos, en esta alarma el hogar es una prisión para las víctimas frente a los maltratadores. Es el escenario de un miedo constante, de total sumisión, de obediencia y de silencio, el yo anulado veinticuatro horas al día, todos los días de la semana, semana tras semana, mes a mes.
Terminará el confinamiento pero, para estas mujeres, las secuelas serán irreversibles.
****Mónica García de Yzaguirre es Magistrada de Santa Cruz de Tenerife y Vocal de la Comisión de Igualdad de AJFV.
Descargar (pdf) La doble cara del confinamiento – por Mónica García de Yzaguirre
Artículo aparecido en la Revista de Igualdad Nº6 – Mayo 2020 de AJFV.
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