El Juez Trofast y la Jueza Expedit se reconocen por combinar perfectamente con el mobiliario de cualquier despacho. Lo mismo puedes ponerles en un juzgado de lo social de refuerzo del refuerzo del titular, que en un juzgado de ejecutorias hundido por el papel. El Juez Trofast y la Jueza Expedit son de altísima calidad: no se rompen nunca, para eso tienen menos de treinta años. Su material está fraguado a base de cuatro años de carrera, otros cuatro de oposición, un año de Escuela Judicial y otro de prácticas y sustitución. El Juez Trofast y la Jueza Expedit, como buen producto sueco globalizado, habla otros idiomas y maneja las aplicaciones informáticas a la perfección –a menudo, las suyas propias, cuando no hay ordenador en el juzgado–. Están siempre en garantía. El Juez Trofast y la Jueza Expedit aguantan todo: que nos les paguen como a los titulares; que les muevan de destino cuando hacen falta en otro lado y que se tiren diez años en la categoría de juez. Para eso han destinado los mejores años de su vida a conseguir formar parte de un Poder del Estado. Con lo que no contaban es con que el Estado no les trata como Poder. El Juez Trofast y la Jueza Expedit son piezas de la cadena de producción del juzgado-granja, el paradigma de la creciente vulgarización de la jurisdicción, el clamoroso abandono de un Consejo que machaca material humano como si de una mesa Lack para guarderías (sufrida, se limpia con una bayeta) se tratara. Jueces fungibles como los bienes muebles del artículo 337 del Código Civil. Jueces de Black Mirror a los que les falta que les graben el escalafón en códigos de barras para pasarles el lector y cosificarlos. El Juez Trofast y la Jueza Expedit son la generación de jueces más preparada de la historia y la peor tratada. De momento.
*** Natalia Velilla Antolín. Magistrada. Miembro del Comité Nacional de la Asociación Judicial Francisco de Vitoria.
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