
Un alumno que acaba de aprobar el bachillerato estudió y comprendió a Cervantes y García Márquez, e interpretó los aspectos más complicados y difusos de nuestra historia reciente y, tras el verano del amor, le caía grande entender qué era una maldita norma jurídica.
Algunos en ese momento y, otros más tarde, ya tienen claro que quieren ser juez. ¿Por qué?, pues puede ser por un montón de motivos. ¿Salario fijo para toda la vida?, no suena del todo mal y, más para la generación que vivió la crisis de 2009. ¿Para tomar decisiones aplicando criterios técnicos y tratar de conseguir una sociedad más justa?, este motivo no puede ser en absoluto descartado, dado que existen muchos jueces de vocación, personas con capacidad de decisión e iniciativa, aquellos valientes que se crecen ante la adversidad y que, lejos de rechazar los problemas, los resuelven. ¿Para aprobar la oposición y no volver a estudiar en la vida?, existen otros que creen que la función pública es un nicho de duerme-siestas que viven bien y no da un palo al agua, lo que es tanto como decir que hay mucho desconocimiento sobre la práctica judicial. No obstante, este último motivo puede ser un argumento para preparar la oposición.
¿Qué se requiere para ser integrante de la promoción 69 de jueces?, pues tener claro el objetivo de aprobar el examen de judicatura, una rutina que implique muchas horas de estudio diarias, una pizca de suerte, y aprender más de 300 temas para exponerlos ante el Tribunal Supremo. Ni más ni menos. Pasado lo anterior, se adquiere el siguiente título: juez-becario.
Uno no es del todo juez, dado que inmediatamente después de aprobar no se va a un juzgado, sino a la Escuela Judicial de Barcelona, donde es alumno y sigue las clases y conferencias que imparten un gran elenco de profesores y profesionales de variada índole.
Uno no es del todo becario porque paulatinamente asume diversas responsabilidades. En un principio en la Escuela Judicial se es más becario que juez, pues allí se practican simulaciones entre los propios alumnos y, no se carga con el peso de un juzgado. Pero posteriormente en la fase de prácticas se dirigen vistas, se dictan sentencias y autos y, en definitiva, se hace trabajo de juez y no de becario.
No obstante, lo de ser becario no está nada mal. Imagínense, de repente, en un juicio, tras diversas testificales y periciales, te percatas de que la parte actora falleció antes de interponer la demandada y, por este motivo, no tiene capacidad para ser parte en el procedimiento. Un día cualquiera puedes investigar una estafa, tomar declaración al presunto estafador y, salir del juzgado pensando que esa persona construiría un orfanato con sus propias manos. Sin embargo, puede pasar que al día siguiente revisando el asunto te des cuenta de que su declaración no tiene ningún tipo de coherencia y que los demás testigos de la causa la desvirtúan. Por algo es estafador profesional. En un momento dado puede ocurrir que uno esté en el despacho minutando asuntos sin comprobar el turno de reparto y que tome la decisión de practicar una diligencia a la par que tiene a una oficina enfurecida («este juez no tiene ni idea») y, a pesar de todo no pasaría nada, son cosas de becario.
¿Cuándo se está preparado para dejar de ser becario y empezar a ser juez?, la pregunta no es fácil de responder. No obstante, creo que el elemento clave está en ser práctico.
Un becario es aquel que recibe un expediente de varios tomos y empieza a leerlo desde el principio para que esa historia que está estudiando tenga coherencia argumental. Un becario es aquel que cuando el Consejo General del Poder Judicial aprueba un Plan de Choque se lee de la primera a la última página para atar todos los cabos sobre el devenir de la justicia. Un becario estudia todos los protocolos y guías del mundo (que no son pocos) para dominar la técnica de los nuevos juicios telemáticos.
¿Y, un juez?, un juez profesional recibe un expediente de quince tomos y, sin perjuicio de que ya estudiará la causa a fondo, mira exactamente qué es lo que pide el último escrito. Cuando el Consejo General del Poder Judicial aprueba un Plan de Choque ante la crisis sanitaria derivada del COVID19 lee en diagonal lo que se propone, pero espera paciente a que se pase de las propuestas a las decisiones vinculantes. Un juez invierte su tiempo en resolver asuntos, de manera que cuando tiene practicar por primera vez un juicio telemático llama directamente a los responsables del servicio informático y, en minuto y medio sabe practicarlo.
Y, así, en una actualidad dominada por el COVID19, aquellos becarios que se sorprendían en febrero cuando China construyó un hospital en diez días y, centrados en los problemas que tienen en la mesa del despacho, eran incapaces de detectar los letales efectos que el virus podía causar en la sociedad («poco más que una gripe» decían algunos), en septiembre se convertirán definitivamente en los jueces que espacian el tiempo entre juicio y juicio, que se preocupan por la ventilación de los edificios judiciales y, que desde el día uno de ingreso en la carrera hacen uso de la mascarilla en sala.
José María Gómez Udías, juez en prácticas, promoción 69.
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